Hay ciudades que tienen un pulso propio.
Barcelona vibra.
Madrid late.
Manchester… arde.

Y si hoy arde un poco más es gracias a Gorilla Riot, una banda que hace que la ciudad industrial, gris y lluviosa se convierta en un volcán de guitarras encendidas, emociones crudas y una energía que parece salida del mismísimo corazón del rock.

No son una banda que “suena bien”.
Son una banda que te remueve.
Que te agarra de la ropa, te mira a los ojos y te dice: “Estate atento. Esto va en serio”.

Un sonido que rompe paredes

Lo que hace especial a Gorilla Riot no es solo el volumen, ni los riffs, ni la potencia (que la tienen, y de sobra).
Lo que les convierte en una banda demoledora es que cada golpe, cada frase, cada acorde está cargado de alma.

Sus canciones no están hechas para ser perfectas, sino para ser honestas.
Son imperfectas en los lugares correctos, salvajes en los momentos precisos, emocionales cuando menos te lo esperas.

Es música que no pasa de puntillas: entra, golpea y se queda.

Tres guitarras, un mismo incendio

Cuando escuchas a Gorilla Riot, la primera sensación es casi física.
Esa pared de guitarras que te envuelve como un abrazo eléctrico.
Ese diálogo de melodías que se entrelazan como si fueran voces antiguas peleándose por salir.
Ese tono espeso, cálido, lleno de polvo y carretera.

Las tres guitarras no existen para impresionar: existen para crear atmósfera.
Un paisaje donde puedes sentir el calor del amplificador, el sudor en la frente, el vibrato que se alarga un poco más de lo necesario… porque ahí está la emoción.

La voz que incendia la escena

Y luego está él: Arjun Bhishma.
Si la banda es fuego, él es gasolina.

Su voz no es simplemente rasgada: es de esas voces que parece que han vivido más vidas de las que deberían. Un timbre que huele a noches largas, errores hermosos y confesiones a media luz. Cantando, Arjun no interpreta: te cuenta su vida sin filtros.

Hay cantantes que buscan la nota.
Arjun busca el alma.
Y cuando la encuentra, la suelta con una intensidad que te atraviesa.

Manchester, cuna del humo y del acero

Es curioso que una banda con tanto aroma a sur americano, a polvo y a bourbon, haya salido de una ciudad donde normalmente llueve más que suena una guitarra saturada.

Pero quizá ahí está la clave:
Manchester siempre ha sido una ciudad de extremos, de luchadores, de gente que convierte lo duro en arte. Gorilla Riot son la prueba perfecta de eso.
Han cogido esa crudeza norteña, la han mezclado con groove sureño y han creado algo que no suena a nadie más.

No es rock británico.
No es southern rock.
No es stoner.
Es Gorilla Riot, y punto.

Un directo que quema

Quien los haya visto en directo entiende por qué tanta insistencia con el fuego.
Son una banda que no toca: arde.
Canción tras canción te llevan desde la rabia hasta la euforia, pasando por momentos en los que parece que todo se frena… para luego explotar otra vez.

Es un viaje emocional, físico y casi espiritual.

Hay conciertos que recuerdas.
Y luego están los conciertos que te cambian algo por dentro.
Gorilla Riot juega en esa liga.

España, prepárate

Si hay un país preparado para abrazar a una banda tan visceral, tan sincera y tan cargada de energía, ese es España.
Aquí apreciamos las bandas que lo dan todo, que no esconden su alma, que sudan por cada canción.

Gorilla Riot no vienen a posar.
Vienen a encender el escenario… y dejarlo temblando.

Cuando lleguen, más de uno va a salir del concierto sintiendo que ha encontrado algo que no sabía que le faltaba.

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